martes, 10 de mayo de 2011

Sábato: Un héroe en su tumba

Christian Reynoso

Siempre he desconfiado y sentido una especie de miedo, quizá injustificado y supersticioso, de los ciegos. La lectura de las novelas de Sábato me enseñó eso, a temer del poder que ostentan los invidentes, justamente por haber desarrollado otro tipo de sentidos ante su discapacidad visual, con los que pueden ver más allá de lo que se piensa. Las veces que he estado frente a un ciego me he sentido terriblemente desnudo y vulnerable, como si por alguna razón este intentara atraparme dentro de su claroscuro. Muchos de los ciegos y ciegas que diariamente caminan por el El Prado en La Paz, Bolivia, vendiendo billetes de lotería o pidiendo limosna, me recuerdan las novelas de Sábato.

***


Leí a Sábato hace muchos años. Atravesé los senderos de “El túnel” (1948) para luego caminar “Sobre héroes y tumbas” (1961) y finalmente escapar por calles al ver a “Abbadón, el exterminador” (1974) las tres novelas que forman la conocida trilogía Sábato. Una revelación, en contraposición a un mundo ambiguo de supuesto amor, felicidad y pragmatismo. Su obra, enfocada al ensayo, abarcó distintos tópicos de filosofía, política, literatura y arte. Fueron siempre de la mano con su personalidad solitaria.

***


En Buenos Aires visité el emblemático parque Lezama, escenario mencionado en las novelas de Sábato, donde Martín y Alejandra de “Sobre héroes y tumbas” se reúnen varias veces y por donde el mismo Sábato caminaba. Busqué a los tres en la inmensidad de los senderos, los árboles y las bancas, sintiendo solamente el frío hálito de sus sombras. Al menos eso creí. En ese mismo viaje, una amiga argentina periodista, me indicó cómo llegar a la casa de Sábato en Santos Lugares. Nunca lo hice. Había temor de que la ilusión se desdibujara. Entonces bastó saberse presente en uno de los lugares a los que Sábato acudía.

***


Sábato cerró los ojos para siempre el 31 de abril pasado. Tenía 99 años. Los últimos 20 años se dedicó solamente a pintar ante la imposibilidad de seguir escribiendo, pero ya no hacía falta que lo hiciese. Con lo hecho era suficiente. Había logrado con sus novelas configurar el mundo de pasiones descarnadas que emerge de lo profundo, cuando el ser humano descubre en su interior, sentimientos oscuros, viles y autodestructivos marcados por el sino de la fatalidad. ¿Acaso, los espejos del mismo Sábato? Por eso, su pintura considerada por él como sobrenaturalista estuvo íntimamente ligada a los tópicos que plasmó en sus novelas. Sus fantasmas lo seguían.

***


Escuche la noticia de su muerte en la televisión. Sentí pena y frustración. Sábato fue un escritor al que quise haber conocido alguna vez. Vivo, la esperanza de llegar a él era real. Muerto, no hay ningún remedio más que su tumba. Pero no es lo mismo conversar con un muerto que con un anciano admirado. Me pregunto por qué nunca me atreví a buscarlo. Quizá porque aún no me sentía preparado para estar frente a él sin dejar de preguntarle por María Iribarne, Juan Pablo Castel, el ciego Allende, Martín, Alejandra, Fernando Vidal Olmos (posiblemente el alter ego de Sábato) y Bruno. Sabía que Sábato no hablaría de sus personajes. En otras palabras yo aún no había atravesado el túnel que me conduciría a él. Ahora que ha muerto el túnel se ha cerrado.

***


En mi novela “Febrero lujuria” (2007) en algún capítulo hice que Martín y Alejandra aparezcan como unos visitantes argentinos de paso por la ciudad de Lago Grande al regreso de Cusco. Sin mencionar a Sábato y a sus personajes explícitamente, ellos estaban presentes en mis páginas. No podía evadirme del efecto que causó en mi génesis literaria. Un lector y periodista arequipeño descubrió el juego. Me sentí reconfortado. Establecimos sin decírnoslos un triángulo cómplice. Sábato formaba el ángulo recto que nos confluía a nosotros, los catetos. Mi ficción literaria era la hipotenusa.

***


Cuenta la historia que Borges y Bioy Casares se burlaban de Sábato a espaldas de él. ¡Qué más da a estas alturas! Sábato siempre fue un héroe anónimo, engarzado en el corazón de sus lectores, al borde del túnel de la muerte, sobre una tumba, perseguido por un exterminador en las calles argentinas, quizá porque las páginas de sus novelas y ensayos, eliminaron los límites de la pasión en cualquier orden de la vida. Y eso es lo que hay que agradecerle.



No hay comentarios: